Espiritualidad: ¿consciencia del alma o sugestión?

El sentido - Comentarios -

La espiritualidad podría decirse que es aquello que accede a la dimensión profunda de lo humano. Parece claro que aquella nos diferencia de otros seres vivos, incluso con los muy cercanos a nosotros biológicamente. Tenemos necesidades relacionadas con preguntas sobre nosotros mismos: ¿por qué estamos aquí? ¿qué sentido tienen nuestras vidas? ¿son nuestros actos correctos? ¿hay algo más después de esta vida?

En el mundo actual parece que, más que nunca, vivimos alejados de la espiritualidad, en el sentido de llevar una vida poco planificada, desenfrenada, irreflexiva, llena de superficialidades y poco centrada en lo importante, y vamos dejando pasar los años sin reflexionar en lo que somos y queremos ser.

Nos venden que vivir así es lo que nos traerá sentimiento de plenitud y felicidad, y lo compramos, pero pocos podrán negar que produce un sentimiento de vacío y desasosiego. Ese estilo de vida repleto de estímulos y emociones nos puede traer muchos placeres y demasiados sinsabores, pero desde luego lo que no nos proporcionará es paz interior. No ser capaces de encontrar la paz interior produce infelicidad e insatisfacción y, en este sentido, la espiritualidad también tiene una parte de propósito y búsqueda de significado personal.

Nuestra dimensión espiritual nos permite tomar distancia para contemplar y comprender el mundo y la esencia de las cosas. Nos ayuda a trascender nuestra individualidad para observar nuestro contexto y actuar conforme a nuestros valores. Y esto nos llevará a encontrar el sentido de la verdad, el bien y la belleza.

¿En qué momento surgió la experiencia espiritual?

Es importante cuándo el ser humano comenzó a tener experiencias espirituales. En el Paleolítico Medio (entre 130.000 y 33.000 años a.C.) y en el Paleolítico Superior (entre 33.000 y 9.000 años a.C.) se han encontrado tumbas en las que los cuerpos están acompañados de herramientas y objetos de caza, lo que apunta a la creencia de una vida tras la muerte.

Se encontraron en sepulturas del Hombre de Neanderthal que el fallecido fue enterrado con cuernos colocados en círculo, pieles de animales, instrumentos de piedra y flores. En otras se hallaron bloques de piedra o decapitaciones rituales (interpretadas como creencias en la posibilidad de que el espíritu del muerto pudiese atormentar a los vivos).

Por tanto, es muy posible que las creencias espirituales rebasen los 100.000 años, por lo que serían anteriores al Hombre de Cromañón (el hombre moderno), cuya antigüedad se remonta a los 40.000 años.

¿La dimensión espiritual tiene una base biológica?

Aquí entramos en un terreno apasionante y con interpretaciones confusas.

Estudios de finales del siglo XX, dirigidos por los neurobiólogos Michael Persinger y Ramachandran, por el neurólogo Wolf Singer y por el neurolinguista Terrence Deacon, además de por técnicos usando scanners modernos para hacer imágenes cerebrales, detectaron lo que ellos llamaron «el punto Dios en el cerebro» (God Spot o God Module). Personas que en sus vidas habían dado un espacio significativo a lo espiritual, revelaban en los lóbulos frontales del cerebro una excitación detectable por encima de lo normal. Estos lóbulos están ligados al sistema límbico, que es el centro de las emociones y los valores. Ahí se da una concentración en aquello que tales científicos llamaron «mente mística» (mystical mind). Tal estimulación de ese punto concreto no está ligada a una idea o a algún pensamiento objetivo. Es activado siempre que la persona se siente envuelta emotivamente en un contexto que confiere sentido a la vida o cuando se refiere a lo Sagrado, a temas religiosos o directamente a Dios. Se trata de emociones y no de ideaciones, de factores ligados a experiencias de gran sentido que implican una percepción del Todo y de algo incondicional.

Estudios más recientes indican que puede haber, de hecho, no solamente una sino muchas regiones del cerebro estimuladas por la experiencia de totalidad y de sacralidad.

Podría decirse que, al igual que tenemos cinco sentidos que nos permiten aprehender la realidad externa a nosotros, también estaríamos dotados con un órgano que nos permite captar el Misterio del mundo. Y si eso está en nosotros, que somos parte del universo, ¿significaría que esa inteligencia espiritual es una propiedad del mismo universo?

En el año 2004 el genetista Dean Hamer publicó un ensayo que llevaba por título “el gen de Dios”. Afirmaba que la predisposición biológica de las personas a la espiritualidad tiene una base genética causada por el llamado
“gen VMAT2”, implicado en la utilización que el cerebro hace de las monoaminas, una sustancia que forma parte de un grupo de neurotransmisores en el sistema nervioso central, sustancia química que utilizan las células nerviosas para comunicarse entre sí. La revista Time se hizo eco de estas investigaciones dos años más tarde con una portada que llevaba por título “el gen de Dios”.

El psicólogo Howard Gardner, premio Príncipe de Asturias de 2011, incluyó la “inteligencia espiritual, existencial o trascendente” en su “mapa de las inteligencias múltiples”.

También se han realizado muchos estudios sobre los beneficios cognitivos del desarrollo de la espiritualidad. Algunos resultados indican la relación de la espiritualidad con una vida más longeva y feliz.

Nuestro cerebro genera experiencias espirituales, numinosas o de trascendencia. Diversos estudios sobre la epilepsia del lóbulo temporal, las experiencias cercanas a la muerte (ECM), o sobre la posibilidad de provocar artificialmente este tipo de experiencias, lo han demostrado.

Esto se resume en la palabra neuroespiritualidad. Se refiere a que nuestro cerebro genera experiencias espirituales y éstas se producen cuando se hiperactivan estructuras cerebrales pertenecientes al sistema límbico o cerebro emocional. Actualmente se ha confirmado que cuando se activan las estructuras límbicas, sea por estimulación eléctrica o magnética transcraneal, son capaces de producir estas experiencias.


Cuando se hiperactivan estructuras cerebrales pertenecientes al sistema límbico o cerebro emocional, sea por estimulación eléctrica o magnética transcraneal, son capaces de producir experiencias espirituales.


Espiritualidad: ¿consciencia del alma o sugestión?


Bien, llegados a este punto surge de manera inevitable la siguiente pregunta:

¿Qué interpretación hace la ciencia de que la espiritualidad humana tenga su origen en la estructura cerebral?

Primero, cabe cuestionarse si realmente existe una división entre materia y espíritu.

Por otro lado, que el cerebro pueda producir espiritualidad nos habla de una tendencia innata del ser humano a la espiritualidad, sobre la que se construyen todas las religiones.

Veamos las diferentes manifestaciones de experiencias espirituales que se han identificado en diversas investigaciones y las explicaciones que se han encontrado.

Epilepsia del lóbulo temporal y éxtasis místico

Existe un caso de epilepsia que afecta solo al lóbulo temporal del cerebro. Y, en concreto, las crisis parciales simples son las que causan emociones intensas como éxtasis místico u otro tipo de experiencias religiosas o espirituales. En muchos casos estas crisis no van acompañadas de pérdida del conocimiento, como ocurre en las crisis generalizadas en las que la hiperactividad se extiende más allá del lóbulo temporal por otras partes del cerebro, provocando convulsiones.

Ha sido inevitable que muchos vean los síntomas de estas crisis entre los místicos de todas las religiones y se supone que, entre las personas que probablemente han padecido esta enfermedad, esté Santa Teresa de Jesús, quien en su biografía cuenta que estuvo varios días en coma y cuando se despertó tenía la lengua “hecha pedazos de mordida”.

Experimentos recientes han demostrado que la estimulación magnética transcreaneal de las estructuras límbicas del lóbulo temporal puede producir en sujetos sanos experiencias espirituales o de presencia de otros seres.

Experiencias cercanas a la muerte

Personas que han estado muy cerca de la muerte o incluso clínicamente muertas, refieren experiencias muy parecidas a las mencionadas en la epilepsia del lóbulo temporal: inefabilidad (o dificultad de expresarla con palabras), sensaciones de paz y felicidad, ir por un túnel oscuro en cuyo final hay una luz blanca brillante, sentirse fuera del cuerpo y observarse desde arriba, encuentro con personas fallecidas, figuras religiosas o seres espirituales y revisión de su vida en imágenes.

En esas experiencias se pierde el sentido del tiempo y del espacio, además se considera más intensamente real que la realidad cotidiana, algo relacionado con la hiperactividad de una estructura del cerebro emocional llamada amígdala, que es la que proporciona sentido de realidad a los sucesos o estímulos que llegan del entorno.

Las experiencias de salir fuera del cuerpo se pueden provocar hoy en día. Un experimento realizado en Suiza, en el laboratorio de neurociencia de la Escuela Politécnica Federal de Lausanne, dirigido por el neurólogo Olaf Blanke, llegó a la conclusión de que las experiencias extracorpóreas podrían ser solo producto de una confusión cerebral. En su estudio engañaron a voluntarios a través de la visión y el tacto, consiguiendo disociarlas y hacer que creyesen que su cuerpo se encontraba a dos metros, enfrente de ellos.

Anteriormente, en 1995, el psicólogo Michael Persinger, de la Universidad de Sudbury, en Ontario, obtuvo resultados similares estimulando eléctricamente diferentes regiones del cerebro.

La explicación que, desde algunos ámbitos de la ciencia, se da a las experiencias cercanas a la muerte suponen que éstas se producen por la falta de oxígeno y la producción aumentada de dióxido de carbono en esas circunstancias, que hace que muchas neuronas dejan de funcionar, sobre todo las que tienen un mayor metabolismo que suelen ser neuronas inhibidoras. Esto produce hiperactividad de las estructuras vulnerables del sistema límbico que se encuentran en el lóbulo temporal, generando los síntomas descritos.

Además, las sensaciones de paz y tranquilidad se producirían porque el cerebro en una situación de estrés, como es estar al borde de la muerte, produce sustancias parecidas a la morfina, las llamadas endorfinas.

Chamanes, hechiceros y curanderos

En la etapa de cazadores - recolectores, en las que el hombre ha vivido un 99% de su existencia sobre el planeta, los estados alterados de consciencia eran comunes entre chamanes, hechiceros, curanderos, sacerdotes o como queramos llamarlos.

Mediante técnicas como la danza o la percusión de instrumentos, el chamán entra en éxtasis o trance, en el que se comunica con antepasados de la comunidad o seres espirituales. El llamado “vuelo del chamán” lo realiza al cielo o desciende a los infiernos y a su vuelta es capaz de predecir el futuro, saber los mejores lugares para cazar y curar enfermedades.

También puede entrar en trance con técnicas como el aislamiento sensorial, el ayuno, la meditación o el sufrimiento, o bien mediante la ingestión de drogas alucinógenas, psicodélicas o enteógenas. Aquellas son alcaloides que se encuentran en hongos, plantas, lianas y arbustos, como la Amanita muscaria u hongo matamoscas, el peyote mexicano, el hongo psilocybe o la ayahuasca. Todas estas son sustancias que reaccionan con receptores que se encuentran en las estructuras límbicas produciendo su hiperactividad.


En resumen, desde el punto de vista neurocientífico, lo sobrenatural no sería más que un producto de la actividad de nuestro cerebro. Las experiencias espirituales realmente serían resultado de una estimulación del sistema límbico o cerebro emocional.

Además, las estructuras límbicas responsables de las experiencias espirituales son estructuras arcaicas, desde el punto de vista evolutivo, y las compartimos con prácticamente todos los mamíferos. Eso significaría que las experiencias espirituales supondrían una regresión a un estado de conciencia arcaico, donde el pensamiento lógico y consciente quedaría anulado y sería sustituido por un pensamiento onírico y anterior al lenguaje.


A partir de este conocimiento se plantean dos opciones: o Dios ha colocado en el cerebro humano estructuras que permiten la experiencia espiritual o éstas son producto de la evolución, como el resto del organismo. En este segundo caso habría que preguntarse qué función tiene en nuestra supervivencia, pues en la naturaleza no suele haber nada que no sirva y que no exista por una razón. Sea como fuere, lo que parece evidente es que estas estructuras son las que han generado las creencias en seres espirituales y en otras dimensiones de la existencia.

Si lo vemos como una más de las facultades mentales, como el lenguaje, la música o la inteligencia, eso explicaría por qué hay personas más espirituales que otras, dependiendo de lo desarrollada que tengan esta facultad. En este caso, la cultura y la sociedad en la que la persona se encuentre sería un factor clave en su desarrollo.

Espiritualidad: ¿consciencia del alma o sugestión?


¿Hay algo que nos haga pensar que las experiencias espirituales son algo más que un producto del cerebro?

Aquí viene lo más interesante. Hemos visto que todas las experiencias que han descrito los chamanes, místicos y personas que han vivido una ECM pueden tener una explicación científica. Sin embargo, existen muchos fenómenos sorprendentes totalmente inexplicables por estas teorías y que no podemos obviar. Muchos científicos que las han estudiado tienen interpretaciones diferentes de estos fenómenos y son realmente sugestivas.

Es evidente que percibimos el mundo a través de nuestros sentidos y tal como lo interpreta nuestro cerebro. Eso significa que nuestro mundo está dentro de nuestra cabeza y que el mundo real puede distar mucho de lo que nosotros consideramos que es.

Vivimos entonces en una realidad producida por el cerebro, aunque la veamos como una realidad exterior. Hoy sabemos que los colores, los olores, los gustos y los tactos son atribuciones del cerebro a la información que llega de los órganos de los sentidos, pero que no existen en la naturaleza.

De acuerdo a las teorías más modernas acerca de la consciencia podríamos decir que ésta no sería otra cosa que un sistema cerrado, o bien onírico (relacionado con los sueños), modulado gracias a las entradas sensoriales de nuestro entorno. Viviríamos en un sueño constante alimentado por los sentidos.

Nuestra realidad es meramente sensorial. Y tan solo una mínima parte de lo captado por los sentidos es procesado. Pero más allá de los sentidos existe todo un universo de información a la que somos totalmente ciegos. Si la mente debe habitar un cerebro para manifestarse en el mundo material, este cerebro producirá condiciones y limitaciones a dicha consciencia.

Sin embargo diversos investigadores ponen en tela de juicio que la consciencia se encuentre en su totalidad anclada en el cerebro, basándose en vivencias fuera del cuerpo durante EEG plano, personas invidentes que describen percepciones verídicas y contrastables durante una EEC.

Es cierto que muchas de las características que se presentan en las experiencias cercanas a la muerte (ECM) son síntomas que se dan en ciertos episodios de epilepsia o cuando se estimula eléctricamente el hipocampo, la amígdala u otras estructuras laterales del cerebro, incluyendo los lóbulos temporales. Son numerosos los componentes de las ECM que se encuentran tanto en el campo de la psiquiatría como de la neurología.

No hay ningún componente de las ECM que sea único y que no se encuentre en algún tipo de patología. Sin embargo, la dificultad de su comprensión exclusiva desde el punto de vista de la neurología estriba, fundamentalmente, en su secuenciación y en las cuestiones objetivables durante las EEC. Es decir, en la coincidencia y coherencia en el relato de los mismos elementos en todas las personas, cosa que descartaría una alucinación, y en los datos que esas personas pueden aportar a su regreso y que resulta imposible que conozcan, siendo éstos contrastables.

En las experiencias extracorpóreas las personas salen de su cuerpo y observan el mundo que les rodea y escuchan los pensamientos de los otros, pudiendo corroborar, posteriormente todo, estas terceras personas. Por este motivo muchos investigadores se centran en las EEC porque podrían demostrar la existencia de la consciencia con independencia del cuerpo. El lóbulo temporal podría hacer de intermediario de otras realidades que no son captadas por los sentidos.

En el lugar hacia donde se ha proyectado la consciencia se suelen detectar variaciones electromagnéticas. Los que han estado inconscientes no cometen ni un error en la descripción de lo que les hicieron, mientras el grupo de control erraba en un porcentaje altísimo.

Pero hay más. Las personas que experimentan una ECM son capaces de hablar con sus seres fallecidos, recuperarse asombrosamente de enfermedades, adquirir conocimientos privilegiados, saber qué va a pasar en el futuro, desarrollar poderes psíquicos, conocer secretos que hasta entonces desconocían y hacer viajes fuera del cuerpo... Existen casos de personas que durante una ECM se han enterado de acontecimientos precisos y con todo lujo de detalles del futuro, que es imposible que supieran y que no pueden achacarse al azar.

No existen casos similares con el uso de alucinógenos. Tampoco de viajes fuera del cuerpo verificables. Ni de encuentros con familiares o seres fallecidos que ni el sujeto sabía que existían y posteriormente descubre quiénes fueron y que realmente existieron.

La neurología no puede explicar, en el caso de las ECM, la coincidencia y coherencia en el relato de los mismos elementos en todas las personas, cosa que descartaría una alucinación, y en los datos que esas personas pueden aportar a su regreso y que resulta imposible que conozcan, siendo éstos contrastables.


Según el autor J. Long, hay nueve líneas de evidencia que demuestran la autenticidad de las ECM y su mensaje del Más Allá.

1) Elevado nivel de consciencia. Mayor que el que experimentamos en nuestro día a día.
2) Experiencias reales fuera del cuerpo. Lo que se ve en ese momento puede ser confirmado posteriormente y con total precisión. Esto elimina la posibilidad de que sean producidas por alguna función cerebral desconocida.
3) Sentidos potenciados. Las personas describen una gran capacidad de sus sentidos de percepción, tales como la visión normal o la supervisión en sujetos físicamente incapacitados para ver, o que son totalmente ciegos. Sabemos que hay personas ciegas de nacimiento que han tenido ECM de gran contenido visual.
4) Consciencia durante la anestesia. Muchas ECM ocurren bajo anestesia general, en un momento en el que cualquier experiencia consciente debería ser imposible. Además, el contenido de una ECM ocurrida bajo anestesia general es esencialmente idéntico al de una ECM ocurrida en otros contextos diferentes al de la anestesia general. Esto es una prueba de que las ECM no tienen nada que ver con el funcionamiento del sistema cerebral físico.
5) Recuerdos vívidos. Las revisiones de vida en las ECM incluyen sucesos reales que tuvieron lugar en el pasado, incluso cuando esos hechos se habían olvidado o sucedieron antes de que tuvieran edad suficiente para grabar esos recuerdos en su memoria.
6) Durante las ECM se producen encuentros con gente que siempre está muerta, y que suelen ser familiares de la persona, algunos de los cuales murieron antes de que naciera. Si las ECM fueran producto de nuestra memoria, ¿no sería lógico que se encontrasen con personas vivas, sobre todo con las que han interactuado recientemente?
7) Experiencias en niños. Las ECM de los niños, incluidas las de los más pequeños, es decir, aquellos tan jóvenes que no han tenido tiempo de desarrollar conceptos sobre la muerte, la religión o las ECM, son básicamente idénticas a las de los adultos. Esto demuestra que las ECM no están condicionadas por ideas preconcebidas.
8) Las ECM se dan en todo el mundo, en todas las culturas y en todas las religiones. Además los relatos guardan increíbles semejanzas.
9) Es común que los protagonistas de las ECM sufran cambios grandes en sus vidas después de la experiencia. Estos efectos suelen ser intensos y duraderos, mejorando sus vidas.

Hay múltiples casos de conocimiento adquirido durante una ECM sobre acontecimientos venideros que acaban cumpliéndose. Y en los que una persona ha sabido que otra ha muerto porque se le ha aparecido para avisarla de su propio deceso. Y de espíritus que regresan del Más Allá con información precisa sobre un crimen cometido que ayudan a la policía a su esclarecimiento.

Espiritualidad: ¿consciencia del alma o sugestión?

Percepción extrasensorial

La percepción extrasensorial consiste en la capacidad de conseguir información sin emplear los cinco sentidos clásicos (gusto, oído, tacto, vista u olfato). Aunque su existencia ha sido documentada desde muy antiguo, el término no fue acuñado hasta 1927, cuando el profesor Joseph Banks Rhine inició sus experimentos en la Universidad de Duke, en California. Engloba diversos fenómenos parapsicológicos, pero nos referiremos específicamente a dos: la telepatía y la precognición.

El parapsicólogo y biólogo británico Rupert Sheldrake, refirió en un estudio el caso de una tribu del desierto de Kalahari conocida como los bushmen. Los miembros de esta etnia presentían cuando un familiar había cazado un animal y sabían el momento en que iba a regresar a casa con la presa, pese a encontrarse a una distancia de más de ochenta kilómetros. Para Sheldrake, esta habilidad está relacionada con el instinto de supervivencia y deduce que debió ser común en las sociedades primitivas.

En un ensayo fruto de una investigación de Daryl J. Bem, profesor de psicología de la Universidad Cornell, en torno a la percepción del tiempo por parte de nuestro cerebro, presentó evidencias empíricas de que, en ciertas ocasiones, muchas personas pueden literalmente percibir acontecimientos futuros.

Es como si el cerebro humano estuviera diseñado para percibir cualquier elemento dentro del flujo de tiempo: pasado, presente, pero también futuro.

Conclusiones

Tras años de estudio, Albert Einstein llegó a la conclusión de que solo existía una cosa en el universo: la energía. Y que más allá de la energía había una inteligencia suprema. Conviene aclarar que no se refería a una entidad sino a una fuerza desconocida pero perfectamente entendible por leyes físicas.

El físico David Bohm concluía, en este sentido, que existe una única energía que está en la base de toda realidad, que nunca existe una auténtica división entre el aspecto mental y el material.
Y finalmente, en su teoría de la sincronicidad, el psiquiatra Carl Gustav Jung estaba convencido de que todos tenemos acceso, a través del inconsciente, a esa fuente común de ideas del mismo modo que las partículas subatómicas comparten su energía y su información.

Hemos intentado referir las tesis científicas y sus explicaciones sobre el fenómeno de la espiritualidad, así como todas aquellas realidades inexplicadas abundante en hechos insólitos, que pueden (y deben) dar lugar a todo tipo de consideraciones.

Probablemente las evidencias científicas no demuestran si existe o no algo que podamos llamar espíritu o alma, pero sí sean el principio de la explicación de algo mucho más grande y profundo que ahora mismo no podemos comprender, pero que es evidente que influye en nuestra concepción de la vida, no ahora, sino desde el principio de los tiempos.

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