Experiencias cercanas a la muerte
Personas que han estado muy cerca de
la muerte o incluso clínicamente muertas, refieren experiencias muy parecidas a las mencionadas en la epilepsia del lóbulo temporal: inefabilidad (o dificultad de expresarla con palabras), sensaciones de paz y felicidad, ir por un túnel oscuro en cuyo final hay una luz blanca brillante, sentirse fuera del cuerpo y observarse desde arriba, encuentro con personas fallecidas, figuras religiosas o seres espirituales y revisión de su vida en imágenes.
En esas experiencias se pierde el sentido del tiempo y del espacio, además se considera más intensamente real que la realidad cotidiana, algo relacionado con la hiperactividad de una estructura del cerebro emocional llamada amígdala, que es la que proporciona sentido de realidad a los sucesos o estímulos que llegan del entorno.
Las experiencias de salir fuera del cuerpo se pueden provocar hoy en día. Un experimento realizado en Suiza, en el laboratorio de neurociencia de la Escuela Politécnica Federal de Lausanne, dirigido por el neurólogo Olaf Blanke, llegó a la conclusión de que las experiencias extracorpóreas podrían ser solo producto de una confusión cerebral. En su estudio engañaron a voluntarios a través de la visión y el tacto, consiguiendo disociarlas y hacer que creyesen que su cuerpo se encontraba a dos metros, enfrente de ellos.
Anteriormente, en 1995, el psicólogo Michael Persinger, de la Universidad de Sudbury, en Ontario, obtuvo resultados similares estimulando eléctricamente diferentes regiones del cerebro.
La explicación que, desde algunos ámbitos de la ciencia, se da a las experiencias cercanas a la muerte suponen que éstas se producen por la falta de oxígeno y la producción aumentada de dióxido de carbono en esas circunstancias, que hace que muchas neuronas dejan de funcionar, sobre todo las que tienen un mayor metabolismo que suelen ser neuronas inhibidoras. Esto produce hiperactividad de las estructuras vulnerables del sistema límbico que se encuentran en el lóbulo temporal, generando los síntomas descritos.
Además, las sensaciones de paz y tranquilidad se producirían porque el cerebro en una situación de estrés, como es estar al borde de la muerte, produce sustancias parecidas a la morfina, las llamadas endorfinas.
Chamanes, hechiceros y curanderos
En la etapa de cazadores - recolectores, en las que el hombre ha vivido un 99% de su existencia sobre el planeta, los estados alterados de consciencia eran comunes entre chamanes, hechiceros, curanderos, sacerdotes o como queramos llamarlos.
Mediante técnicas como la danza o la percusión de instrumentos, el chamán entra en éxtasis o trance, en el que se comunica con antepasados de la comunidad o seres espirituales. El llamado “vuelo del chamán” lo realiza al cielo o desciende a los infiernos y a su vuelta es capaz de predecir el futuro, saber los mejores lugares para cazar y curar enfermedades.
También puede entrar en trance con técnicas como el aislamiento sensorial, el ayuno, la meditación o el sufrimiento, o bien mediante la ingestión de drogas alucinógenas, psicodélicas o enteógenas. Aquellas son alcaloides que se encuentran en hongos, plantas, lianas y arbustos, como la Amanita muscaria u hongo matamoscas, el peyote mexicano, el hongo psilocybe o la ayahuasca. Todas estas son sustancias que reaccionan con receptores que se encuentran en las estructuras límbicas produciendo su hiperactividad.
En resumen, desde el punto de vista neurocientífico, lo sobrenatural no sería más que un producto de la actividad de nuestro cerebro. Las experiencias espirituales realmente serían resultado de una estimulación del sistema límbico o cerebro emocional.
Además, las estructuras límbicas responsables de las experiencias espirituales son estructuras arcaicas, desde el punto de vista evolutivo, y las compartimos con prácticamente todos los mamíferos. Eso significaría que las experiencias espirituales supondrían una regresión a un estado de conciencia arcaico, donde el pensamiento lógico y consciente quedaría anulado y sería sustituido por un pensamiento onírico y anterior al lenguaje.
A partir de este conocimiento se plantean dos opciones: o Dios ha colocado en el cerebro humano estructuras que permiten la experiencia espiritual o éstas son producto de la evolución, como el resto del organismo. En este segundo caso habría que preguntarse qué función tiene en nuestra supervivencia, pues en la naturaleza no suele haber nada que no sirva y que no exista por una razón. Sea como fuere, lo que parece evidente es que estas estructuras son las que han generado las creencias en seres espirituales y en otras dimensiones de la existencia.
Si lo vemos como una más de las facultades mentales, como el lenguaje, la música o la inteligencia, eso explicaría por qué hay personas más espirituales que otras, dependiendo de lo desarrollada que tengan esta facultad. En este caso, la cultura y la sociedad en la que la persona se encuentre sería un factor clave en su desarrollo.