ECM
Los expertos en ECM coinciden en que la primera fase por la que atraviesan los protagonistas es la experiencia fuera del cuerpo. El sujeto siente que sale de su cuerpo físico, flota sobre él, observa la escena desde un punto de vista privilegiado y elevado, e incluso oye cómo le declaran muerto. Entre los elementos más comunes de esos relatos se encuentran la inefabilidad de la experiencia o dificultad para explicarla con palabras, el encuentro con otros seres espirituales, el reencuentro con familiares fallecidos, la amplificación de la conciencia, la intensificación de la realidad, las experiencias sensitivas transversales, la ausencia de restricciones físicas o psicológicas, la experiencia extracorpórea, el desapego al cuerpo físico o a lo material, la obediencia a órdenes superiores, la presencia de elementos similares como el paso por un túnel, una luz cegadora, una música incomparable o una puerta que se desea atravesar pero que no tiene retorno.
Quienes vuelven de una ECM coinciden en el profundo impacto que deja la experiencia, y suelen experimentar cambios radicales en sus vidas. Algunos sufren efectos secundarios: depresión por haber regresado al cuerpo, problemas con el tiempo o con sus relojes, visiones del futuro, adquisición de poderes psíquicos o extrasensoriales, capacidades de clarividencia o de intuición agudizada… Y casi todos transforman su escala de valores hacia una vida más empática y orientada a lo espiritual.
El aspecto que más desconcierta a todos los investigadores y que ofrece más credibilidad a la posibilidad de una consciencia fuera del cuerpo es el conocimiento de hechos acaecidos durante la muerte clínica por parte de los afectados que resultaban imposibles de que conocieran, incluso de acontecimientos ocurridos fuera de la habitación donde están, así como revelación de sucesos futuros que terminan cumpliéndose, conocimiento de hechos pasados que desconocían y que luego se verifican, etc. La casuística es ingente y los testimonios resultan estremecedores.
Experiencias fuera del cuerpo
A las experiencias extracorpóreas o fuera del cuerpo (EFC) se las llama de muchas formas —viaje astral, desdoblamiento, experiencia exomática, proyección de conciencia, viaje al mundo de los espíritus...—, pero no es necesario morir para tener una. De hecho, este tipo de vivencia es tan antigua como la misma humanidad y son varios los métodos que se han practicado para inducirlas —meditación, drogas, estados de trance, ritos de iniciación, rituales chamánicos...—, aunque algunas personas las han podido tener de forma involuntaria y totalmente espontánea. En el Instituto Monroe se especializaron de tal manera a la hora de inducir EFC que la mismísima doctora Kübler-Ross, la gran eminencia en ECM, se plantó un buen día frente a Monroe dispuesta a investigar con él, llegando a declarar: «Nuestras investigaciones en este campo han sido confirmadas por experiencias científicas realizadas en colaboración con Robert Monroe [...].
Mediumnidad
La mediumnidad desgraciadamente sufre un enorme desprestigio debido a la gran cantidad de farsantes y estafadores que se han hecho pasar por médiums para ganar dinero a costa de los dolientes de personas fallecidas, y no cabe duda de que hay que poner muy en cuestión cualquier atribución de dones de este tipo. Sin embargo esto no debe hacernos caer en el error de negar que el fenómeno existe. Afortunadamente, en los últimos años, y cada vez con mayor frecuencia y aceptación, se han llevado a cabo experimentos con médiums sometidos a un férreo control —estudios a doble, triple y hasta quíntuple ciego— que han arrojado resultados positivos. Aplicando protocolos estrictamente científicos como el llamado “sujeto por poderes” (la persona está aislada del médium y toda la comunicación se establece a través de un tercer sujeto ajeno al contexto investigado), se han obtenido tasas de acierto irrefutables que han proporcionado auténticas evidencias de una comunicación real con los seres de la otra dimensión.
Comunicaciones Post Mortem
Las llamadas Comunicaciones Post Mortem (CPM) son esas señales personales y casi siempre espontáneas que en general se presentan sin ser solicitadas, y cuyo origen o procedencia inmediatamente atribuimos sin ningún género de dudas a una persona que ha fallecido. Por encima de todo, son inconfundiblemente claras y cargadas de significado para quien las recibe. Quizás por eso actúan a modo de impacto emocional en la psique del receptor. Por ejemplo, encontrar al sentarnos en un banco un ejemplar abandonado del último libro que leyó un familiar fallecido y comprobar que ese día es el aniversario y en ese mismo instante la misma hora de su muerte.
En su teoría de la sincronicidad,
Carl Jung estaba convencido de que todos tenemos acceso a una fuente común de información del mismo modo que las partículas subatómicas comparten su energía. ¿Cómo se conectan y se activan? Por vibración, por resonancia. La
física cuántica viene a decirnos que una sincronicidad es posible por el hecho de que tanto el observador como el evento observado están entrelazados y proceden de una misma fuente. Es como si todo lo que ocurre en el universo sucediera, en realidad, dentro de una sola mente.
En cualquier caso es la experiencia subjetiva la que confiere valor a la "coincidencia" y hace que el evento fortuito supere al simple azar, reconociendo la materialización de lo que identificamos como una señal inequívoca. Jung, lo mismo que Pauli, el eminente físico con el que trabajó, pensaba que la sincronicidad era una expresión de lo que denominaron «unus mundus», una realidad unificada subyacente de la que emerge todo lo que vemos y a la que todo regresa. Para Jung la improbable pero significativa coincidencia de una sincronicidad era posible por el hecho de que tanto el observador como el evento observado brotan de una misma fuente, de ese unus mundus.