Si hay algo que nos impide alcanzar la felicidad y que apaga nuestra alegría es la culpa. Con ella todos cargamos en mayor o menor medida y nos lastra como un peso que nos impide ir ligeros por el mundo. No hablamos aquí del sentirse responsable cuando hacemos algo mal sino de algo más profundo y difícil de identificar. Hoy trataremos de conocernos un poco mejor a nosotros mismos.
La culpa
Las normas de que nos dotamos los grupos, desde la sociedad a la familia, para mantener un orden, tienen una característica común: que son preestablecidas e impuestas para los individuos. Esto significa que las asumimos sin haberlas aceptado conscientemente. Existen figuras familiares perfeccionistas en exceso o chantajistas, colectivos o culturas predominantemente moralistas, rígidas y puritanas, o religiones que han sabido explotar el ciclo de confesión, arrepentimiento y penitencia. Incluso sociedades regidas por condicionantes meramente económicos. A ello hay que añadir, evidentemente, los propios aspectos psicológicos de cada persona.
Incumplir, o creer haber incumplido, dichas normas asumidas sin tener en cuenta nuestros propios intereses, hace que muchas personas lleven vidas atormentadas por si mismas a causa de hechos que no se basan en ninguna transgresión real, acarreando una culpa que los tiene atados y en cierto modo fracasados a nivel emocional. Así existen muchas personas que se sienten frustrados por no haber llegado a una meta o estatus social, por no haber cumplido las expectativas familiares, incluso por haber tenido éxito cuando no se esperaba de ellos y los que los rodean no lo han alcanzado. Hay innumerables e inimaginables formas de culpa.
La cuestión es, como decíamos al principio, que no se trata de algo evidente para nosotros el motivo por el que nos sentimos mal, sino un malestar a nivel inconsciente, profundo, que llevamos encima sin identificarlo, y que afecta a nuestras decisiones, relaciones y experiencias. El sentimiento de culpa está normalmente acompañado de emociones como tristeza, angustia, frustración, impotencia o remordimiento. Cuanto más rígidas sean las normas (o la forma en que nosotros las asumimos) más fácil será considerar que las hemos infringido y aparecerá con más frecuencia el sentimiento de culpa.
El sentimiento de culpa surge de un proceso subjetivo, es decir, está determinado por nuestra interpretación y valoración de los hechos.
La sombra son las dimensiones reprimidas de nuestro interior. Si los escondemos, esos demonios adquieren mayor ferocidad y si los silenciamos nos acabarán controlando, proyectándose sobre los demás.
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