Su empeño lo llevó a Belén, donde pasó décadas entre pergaminos, consultando rabinos y sumergiéndose en la lengua de Moisés y los profetas. No fue un trabajo fácil, ni exento de controversia. "Si el diablo no encuentra nada con qué atacarme, me acusa de ser ciceroniano y no cristiano", escribiría en una de sus cartas, tras ser criticado por su amor a la literatura clásica.

San Jerónimo, un hombre que en vida fue temido por su pluma afilada y su carácter irascible, había logrado lo impensable: traducir la palabra de Dios para todo el mundo latino. Y aunque su genio no le ganó demasiados amigos, sí le aseguró un legado eterno. "Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo", diría, con la misma convicción con la que enfrentó a emperadores, santos y herejes.

Si sientes que esta historia te ha aportado, si ha despertado algo en ti, te agradecería de veras que lo compartieras y que, si te apetece, me dejaras unas líneas en los comentarios. Me interesa mucho tu opinión, y también saber si te gustan estos temas para profundizar en ellos. También puedes suscribirte al blog, es gratis y no te perderás ninguna de las publicaciones. ¡Muchas gracias!