San Jerónimo y la Biblia Vulgata: La batalla por la Veritas Hebraica

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La historia de la Biblia Vulgata es la historia de un hombre que desafío a su tiempo, armado solo con su intelecto, su testarudez y su inquebrantable fe en la verdad. Ese hombre fue Eusebio Hieronymus Sophronius, conocido como san Jerónimo, un erudito de genio volcánico que no temía enfrentarse a sus contemporáneos en defensa de lo que consideraba la auténtica palabra de Dios.

Corría el siglo IV cuando Jerónimo, tras una juventud errante entre Roma, Tréveris y Antioquía, encontró su vocación en un proyecto monumental: traducir la Biblia al latín. Pero no bastaba con cualquier traducción. Hasta entonces, los cristianos del mundo latino dependían de versiones dispersas y muchas veces contradictorias de la Vetus Latina. Jerónimo quería algo más: una versión que fuera fiel al texto original, una versión que bebiera directamente de la "Veritas Hebraica", el texto hebreo del Antiguo Testamento.

Su empeño lo llevó a Belén, donde pasó décadas entre pergaminos, consultando rabinos y sumergiéndose en la lengua de Moisés y los profetas. No fue un trabajo fácil, ni exento de controversia. "Si el diablo no encuentra nada con qué atacarme, me acusa de ser ciceroniano y no cristiano", escribiría en una de sus cartas, tras ser criticado por su amor a la literatura clásica.

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Las tensiones no tardaron en llegar. La idea de apartarse de la Septuaginta, la versión griega de la Biblia que había sido durante siglos el texto de referencia de los cristianos, encendió los ánimos. "¡Mientes, calumniador!", le espetó san Agustín en una de sus cartas, temeroso de que el cambio desestabilizara la fe del pueblo. Pero Jerónimo no cedió. Para él, la verdad hebrea estaba por encima de la costumbre.

No solo san Agustín se opuso a su obra. En Roma, Jerónimo encontró una feroz resistencia entre el clero, que veía con recelo su insistencia en usar el hebreo en lugar del griego. El papa Dámaso, su primer gran valedor, lo protegió en un principio, pero tras su muerte, Jerónimo quedó expuesto a la hostilidad de los sectores más conservadores de la Iglesia. Sus enemigos lo acusaban de alterar la Sagrada Escritura y de introducir errores al apartarse de la tradición establecida. No faltaron aquellos que intentaron desacreditarlo, tachándolo de arrogante y hereje.

Incluso algunos monjes de su tiempo lo atacaron duramente, indignados por su carácter beligerante y su actitud inflexible. Jerónimo no se amilanó. "El león ruge, pero la verdad permanece", respondía con su habitual mordacidad.

Siglos después, la obra de Jerónimo se convertiría en la versión oficial de la Iglesia católica. Pero su canonización como texto sagrado no fue inmediata. De hecho, no fue hasta el Concilio de Trento (1545-1563), en plena tormenta de la Reforma protestante, cuando la Vulgata fue confirmada como la Biblia auténtica y oficial de la Iglesia romana. Mientras Lutero promovía la libre interpretación de la Biblia en lenguas vernáculas, el catolicismo reafirmaba su autoridad sobre la Escritura con la Vulgata como estandarte.

San Jerónimo, un hombre que en vida fue temido por su pluma afilada y su carácter irascible, había logrado lo impensable: traducir la palabra de Dios para todo el mundo latino. Y aunque su genio no le ganó demasiados amigos, sí le aseguró un legado eterno. "Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo", diría, con la misma convicción con la que enfrentó a emperadores, santos y herejes.

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Sin embargo, su vida no fue de gloria y reconocimiento inmediato. A pesar de su influencia intelectual, Jerónimo pasó sus últimos años en una austera celda en Belén, rodeado de libros y pergaminos. Su carácter combativo le costó enemistades y, aunque algunos discípulos lo veneraban, muchos de sus contemporáneos lo consideraban un polemista incansable. Murió el 30 de septiembre del año 420, dejando tras de sí una obra inmensa que tardaría siglos en ser plenamente apreciada.

Con el tiempo, su figura fue reivindicada y elevada a la categoría de Doctor de la Iglesia. Su tumba sigue siendo un lugar de peregrinación, y su legado literario y teológico aún resuena en el mundo cristiano. Hoy, la Vulgata sigue resonando en la historia de la religión y la literatura. Y san Jerónimo, con su fuego y su palabra, permanece como uno de los guardianes más fieros de la Veritas Hebraica.


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